domingo, 27 de diciembre de 2009

Una guerra cualquiera.

En la siniestra sonrisa de una idea falaz
se calaron de valores
mil hombres que con sus tambores,
a la muerte hacían sonar.

Y fue un primero y luego otro
los que murieron allí mismo,
entumecidos en el fanatismo
de una beligerancia voraz.

Los barros de esas tierras
preñados en lodos de color rojo
empaparon sus despojos,
para a el cielo hacer llorar.

Pues marcharon tras un adalid
que con mascara de pena,
no supo sosegar la ira
de arrastrar unas cadenas
que allí les llevo a morir.

Y el campo que antaño fue de vida
se apellida ahora Santo,
al ver la muerte con espanto
de mil hombres que sin salida
no buscaron otra huida,
que ser matados por matar.

¡Quiero vivir! Uno dijo…
Y al tronar de los cañones
fueron balas y no flores
la respuesta que de fijo,
solo pudo esperar.

Ahora lloran con desvelo
mil mujeres que viudas,
ven rebulgitar la oscura duda,
de el marchitar de sus anhelos.

Las lagrimas de su desasosiego
empaparon sus pañuelos yertos,
bañados por la sangre de sus muertos,
y quisieron entonces al cielo implorar.

Pero ya no hay vida…, yacen quietos.
Como plantas de un campo santo
de fino paño y rojo velo de llanto,
allí quedaron por morir y matar.

Joseán, diciembre de 2009.

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